Intreducción





EN OCTUBRE DE 2008 los islandeses se echaron masivamente a la calle para forzar a su gobierno a rechazar el pago de la enorme deuda ocasionada por la quiebra de sus bancos, llevando a este pequeño país a un proceso de renovación constituyente.

En enero de 2011, un joven, agobiado por su precaria situación económica, se quema a lo bonzo en Túnez, provocando masivas movilizaciones que terminan con la rápida caída del gobierno antidemocrático de Ben Alí. El inesperado resultado de estas movilizaciones contagió a Libia, causando la caída del coronel Gadafi, e inmediatamente se extendió a Egipto, donde tras masivas movilizaciones en la plaza Tahrir de El Cairo, los manifestantes consiguieron su propósito de derrocar a Hosni Muvarak y convocar un proceso constituyente para la creación de un nuevo sistema más democrático. En Siria, debido a las complejas circunstancias étnicas y religiosas de su población, las movilizaciones chocaron con la firme oposición del gobierno de Bashar al-Asad, provocando una larga y cruenta guerra civil que al redactar estas páginas todavía no ha concluido. En algunos estados del Golfo Pérsico, y por similares circunstancias, el movimiento de indignados tampoco tuvo éxito. Toda esta serie encadenada de sucesos revolucionarios ha sido calificada por los medios de comunicación como la «Primavera árabe».

Afectados por la crisis financiera, el 15 de mayo de 2011 miles de madrileños, en su mayoría jóvenes universitarios de clase media, profesionales, docentes y desempleados de todas las edades, convocados por mensajes publicados en Twitter y Facebook, y difundidos a través de los teléfonos móviles con mensajes SMS, decidieron tomar la céntrica Puerta del Sol con una espectacular acampada, precedida por un grupo de 40 espontáneos. El motivo de la concentración era ambiguo y variado según cada grupo o tendencia de los convocates, pero sobresalía un claro eslogan: «¡Democracia real ya!». Inspirados por el opúsculo publicado por el exdiplomático francés, y uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, Stéphane Hessel, se autodenominaron los «Indignados».

El suceso ocupó la primera plana de los principales medios de comunicación internacionales y el espontáneo movimiento madrileño tendría eco más allá del Atlántico. En Nueva York un numeroso grupo de indignados acampó en las inmediaciones de Wall Street, denominándose precisamente «Occupy Wall Street». A esta ocupación le siguieron otras en San Francisco y en casi un centenar de ciudades de los EE. UU. En Londres se formó otro numeroso colectivo, que acampó en las inmediaciones de su catedral, y en otras ciudades europeas, como París y Berlín, se produjeron esporádicas manifestaciones de indignados sin que se consolidaran sus acampadas. Por último, al redactar estas líneas, se están produciendo multitudinarias manifestaciones en las principales ciudades de Turquía de similares características, aunque tomaran como excusa la destrucción de un parque de Estambul, y en las principales ciudades de Brasil, también con el pretexto de la subida de tarifas de los transportes públicos.

Hasta aquí, y de forma muy resumida, llega la breve historia de este movimiento, que ha provocado la perplejidad y la confusión entre las fuerzas políticas y democráticas tradicionales. Todos se hacen las mismas preguntas: «Pero ¿qué quieren estos indignados? ¿Es que no tienen las urnas para mostrar su descontento? ¿No hay libertad de expresión y de opinión para exponer pacíficamente sus reivindicaciones, con el diálogo como gente civilizada? ¿Por qué a los políticos que hemos sido democráticamente elegidos nos llaman dictadores»?

Pero estas y otras muchas preguntas también se las hacen los mismos indignados, y para las que hasta el momento solo se han dado respuestas circunstanciales sobre un variado y extenso número de reivindicaciones, como su deseo de reformar la democracia de raíz, el sistema financiero internacional, erradicar la corrupción de la clase política, o anular las severas medidas de austeridad y sus secuelas impuestas a los países en crisis.

Pero si los indignados no tienen todavía respuestas concretas para ver realizadas todas sus reivindicaciones, sí tienen la fuerte intuición de que sus movilizaciones tienen un propósito radicalmente nuevo y revolucionario, que no guarda relación con ninguna de las causas tradicionales que motivaron las pasadas grandes revoluciones sociales. Al menos tienen la certidumbre absolutamente clara de que es un movimiento provocado por el impacto de los nuevos medios móviles de comunicación y las redes sociales, blogs y páginas web de Internet. Pero eso no quiere decir que crean que estos nuevos medios traigan necesariamente el cambio por sí mismos, sino que su uso les ha permitido tomar consciencia de que ya pertenecen a una nueva era, que requiere, a su vez, una nueva democracia.

Yo también soy de la misma opinión. Tanto es así que este trabajo lo he publicado con los medios disponibles, y que podemos calificar de asombros y revolucionarios, de esta nueva era digital que ya es una realidad. En efecto, no ha sido necesario enviar copias del manuscrito en papel a una docena de editoriales, las que transcurridos algunos meses me hubieran enviado una cortés carta formulario rechazando su publicación. Pero aunque lo hubieran aceptado, no he tenido que entrevistarme con alguno de sus ejecutivos para negociar un contrato de edición, de cuyas posibles ventas yo obtendría un escuálido 10 ó 15 por ciento. Además tendría que aceptar cláusulas abusivas, como la exclusividad mundial del libro incluso en formato digital.

No, todo lo que he tenido que hacer es bajarme un par de programas de edición en diferentes formatos digitales, editarlo y publicarlo en mi blog. Para darle todavía mayor difusión, ha sido suficiente acceder a una página web de una popular librería virtual, rellenar un formulario y bajar a su servidor el texto del libro y la imagen de la portada. En total he tardado 10 minutos, ¡y ya está publicado!

Pero esto me ha planteado un enorme problema de conciencia, porque tantas facilidades me podían hacer caer en la precipitación y no considerar lo suficiente la calidad del trabajo, que nadie va a valorar, excepto yo mismo y mis posibles lectores. Esto me ha obligado a ejercer mi libertad con mayor responsabilidad y reflexión, y releer el manuscrito más de dos docenas de veces para hacerle sucesivas correcciones, hasta que por mi propio juicio crítico, que es el único disponible, lo he considerado al menos aceptable para su publicación. Esto nos demuestra claramente que el ejercicio de la libertad debe hacernos más conscientes y responsables, y no todo lo contrario como se podría pensar. En otras palabras, este extraordinario cambio prueba que ya estamos de hecho en una nueva era, que nos ofrece más libertades, pero a cambio nos exige más responsabilidades.

Pero, no solo tantas facilidades han estimulado sobre manera mi sentido de la responsabilidad sobre el contenido de este trabajo, sino también sobre la conveniencia o no de su publicación. Ya que no esperaba la decisión de un editor, sino la mía propia.

Si me he decidido finalmente a publicarlo es porque considero que el movimiento de los indignados necesita cuanto antes una teoría política concreta que le libre de la indefinición actual. Por esta misma confusión, los poderes públicos que enfrentan estas movilizaciones no pueden, aunque esa fuera su voluntar, canalizar sus reivindicaciones.

A partir de ahora las calles y plazas de las ciudades integradas en la sociedad de la información serán auténticas bombas de relojería, y no habrá suceso importante que no se tome como excusa para nuevas y multitudinarias manifestaciones de indignados. Por tanto, de alguna manera es necesario canalizarlo, aportando ideas y reflexiones que expliquen el movimiento y definan sus reivindicaciones concretas, aún a riesgo de que no sean acertadas. Y esa es precisamente la única intención de este breve ensayo: proponer una nueva forma de gestión democrática que esté más acorde con las nuevas circunstancias culturales creadas por la revolución digital y las justas aspiraciones democráticas de los indignados.


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